Es normal del ser humano ser impaciente. Siempre soñamos con lo próximo, con la próxima etapa en nuestras vidas, y la anticipación nos impacienta. En ocasiones quisiéramos llegar al futuro instantáneamente, como queriendo saltar una valla invisible que nos obstaculiza vivir nuestro futuro en tiempo presente. Los niños sueñan con ser “grandes”, y les promovemos la ansiedad y el deseo de crecer. Los adolescentes quieren ser adultos y no pueden esperar a experimentar las cosas que ven que los adultos hacen y les parecen atractivas e interesantes. Los adultos queremos alcanzar nuestras metas y sueños en un abrir y cerrar de ojos, muchas veces con mínimo esfuerzo.
Lo cierto es que todo en la vida lleva un orden divino, un orden en el cual la energía creadora se alinea para manifestar en nuestras vidas nuestra propia visualización y las cosas por las cuales trabajamos. He escuchado decir muchas veces que las cosas llegan a nuestra vida cuando tienen que llegar, ni un minuto más tarde ni un minuto más temprano. A algunos este dicho les parece una teoría conformista, una justificación para no hacer las cosas necesarias para fomentar cambios en la realidad actual. Sin embargo podemos tomar el ejemplo de la cosecha. Preparamos el terreno, sembramos la semilla, regamos el suelo y añadimos los nutrientes esenciales para asegurarnos de que cada semilla germinará fuerte, hacemos este proceso a diario, con perseverancia. Sin embargo, la semilla germinará, crecerá y dará fruto en su momento justo, en el momento predispuesto por orden natural. Poco podemos hacer para acelerar el proceso. Nada podemos hacer para controlar los demás elementos que tienen inherencia en el proceso, tales como el sol, la lluvia, las fases lunares y el viento, y solo podemos tomar nuestro conocimiento y sintonizarlo con los ciclos naturales para esperar la cosecha. Esto no significa dejar las cosas a la suerte. Significa que, si bien es cierto que podemos reclamar responsabilidad por una parte del proceso, no tenemos control de todos los elementos. Esto también significa que con cada proceso sabemos que la paciencia para esperar la manifestación de nuestro trabajo arduo es aliada.
El tiempo de espera para la materialización de lo que hemos trabajado es un buen momento para despojarnos de la impaciencia y absorber y aprender las lecciones del proceso. A veces durante los tiempos de quietud nuestra esencia se fortalece con el nuevo conocimiento adquirido, pero sólo cuando estamos en la disposición para hacerlo. Todo llega en su momento justo, ni un minuto más tarde ni un minuto más temprano. Hoy quiero abrir mi corazón para apreciar el camino, aprender del ya recorrido y no preocuparme por el que me falta. La vida es una jornada, no un destino. Hoy apreciaré cada paso que se ha fortalecido con los ya caminados. La siega llegará, producto de lo que ya trabajé y lo demás…
Lo cierto es que todo en la vida lleva un orden divino, un orden en el cual la energía creadora se alinea para manifestar en nuestras vidas nuestra propia visualización y las cosas por las cuales trabajamos. He escuchado decir muchas veces que las cosas llegan a nuestra vida cuando tienen que llegar, ni un minuto más tarde ni un minuto más temprano. A algunos este dicho les parece una teoría conformista, una justificación para no hacer las cosas necesarias para fomentar cambios en la realidad actual. Sin embargo podemos tomar el ejemplo de la cosecha. Preparamos el terreno, sembramos la semilla, regamos el suelo y añadimos los nutrientes esenciales para asegurarnos de que cada semilla germinará fuerte, hacemos este proceso a diario, con perseverancia. Sin embargo, la semilla germinará, crecerá y dará fruto en su momento justo, en el momento predispuesto por orden natural. Poco podemos hacer para acelerar el proceso. Nada podemos hacer para controlar los demás elementos que tienen inherencia en el proceso, tales como el sol, la lluvia, las fases lunares y el viento, y solo podemos tomar nuestro conocimiento y sintonizarlo con los ciclos naturales para esperar la cosecha. Esto no significa dejar las cosas a la suerte. Significa que, si bien es cierto que podemos reclamar responsabilidad por una parte del proceso, no tenemos control de todos los elementos. Esto también significa que con cada proceso sabemos que la paciencia para esperar la manifestación de nuestro trabajo arduo es aliada.
El tiempo de espera para la materialización de lo que hemos trabajado es un buen momento para despojarnos de la impaciencia y absorber y aprender las lecciones del proceso. A veces durante los tiempos de quietud nuestra esencia se fortalece con el nuevo conocimiento adquirido, pero sólo cuando estamos en la disposición para hacerlo. Todo llega en su momento justo, ni un minuto más tarde ni un minuto más temprano. Hoy quiero abrir mi corazón para apreciar el camino, aprender del ya recorrido y no preocuparme por el que me falta. La vida es una jornada, no un destino. Hoy apreciaré cada paso que se ha fortalecido con los ya caminados. La siega llegará, producto de lo que ya trabajé y lo demás…